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Se miraron a los ojos y, aunque ninguno de los dos dijo nada, se entendieron. Ella buscó sus labios y empezó a besarle. Él empezó a desabrocharle la camisa, primero tranquilamente, después con ansiedad. Quería sentir su piel tocándole, quería besarle todo el cuerpo. Ella le quitó la camiseta y los pantalones. Ya no tenían freno. Cruzaron unas cuantas palabras para asegurarse de que todavía tenían voz. Las manos hablaron aún más. Solo se oía el ruido de la ropa cayendo en la oscuridad y los suspiros de deseo y placer de ambos. Sentían el sudor escurriéndose por el cuerpo, el sabor salado de su piel, la habitación oscura, las posiciones incomodas, las sonrisas delatoras y culpables, los gemidos, el corazón latiendo aceleradamente... Todo. Lo sentían todo. Pero por encima de eso sentían que estaban enamorados hasta las trancas el uno de la otra. Y con las piernas enredadas escribieron un libro entero de posibilidades...